9.2.11


Ahora crepita un fuego que no sabemos cómo se apaga.

Recién estábamos lejos, bastante lejos del fuego, en la otra punta de la habitación que prometía mantenerse cálida en cualquier parte. Pero empezamos a sentir algo de frío.

Íbamos a decirnos algo. A ofrecernos frazadas, alguna manta tejida al crochet por alguna madre preocupada por que el calor se alcance sin necesidad del fuego.

El fuego quema. Enciende, arde, urge, y después carboniza.

Las madres siempre saben eso. Y el “yo te dije” de las madres promete siempre mantenernos fríos en cualquier parte, ahí donde estemos. Así que nos acercamos a las llamas, sin remedio, con la sola esperanza de desmadrarnos.

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