23.8.10

Novela inconclusa: Capítulo 1, Parágrafo 7

         No es de extrañar que un fabricante de ventiladores de techo pretenda, sin que se le caiga por eso la cara de vergüenza, que la velocidad mínima de la que disponen sus artefactos cumple a la perfección con su función de ventilar, aunque, como bien indica la lógica y el rótulo al que se orienta la posición de la perilla, en un grado rigurosamente mínimo. Cualquier buen industrial, sea de oriente o de occidente, podría exigir que se le reconociera al hecho su estatuto de evidencia: las aspas se mueven, y por lo tanto, empujan necesariamente el aire, no podrían desplazarse sin desalojarlo del paso, y si este desplazamiento es mínimo, tal como justamente se promete, el caso está cerrado: la lealtad comercial ha permanecido intacta. Al menos en su manifestación empírica, la noción de lo mínimo parece ser, en efecto, inequívoca y universal. Y sin embargo, de seguro esta pretensión se aplica aún con menos probabilidades de pudor si, como es éste el caso –cerrado e irrevocable–, el susodicho fabricante de ventiladores de techo es de origen chino, que ya se sabe hasta qué punto esa gente es rigurosa y vive, no sólo al pie del cañón, sino también al pie de la letra.
     Ahora bien: yendo apenas un poquito más allá de lo mínimo, resulta indudable que únicamente un oriental está en condiciones de aseverar, sin por eso mostrarse insincero, que las otras dos velocidades que ofrece su ventilador de techo permiten, además de sobrevivir al calor, hacer alguna otra cosa. Una cultura milenaria testimonia sobradamente acerca del máximo poder de concentración de que es capaz la mente humana. Pero cuando estos artefactos se transculturan, los problemas no se hacen esperar. Un ser humano occidental promedio es absolutamente incapaz de tolerar la vibración, el tamborileo incesante del disco en el que van insertas las aspas, o por lo menos no puede ignorarlo, ni aún enfrascado en la meditación más profunda puede sustraer la atención de la angustiosa posibilidad de que el helicóptero se venga en picada, ni siquiera despegar los ojos de la irreductible hendidura con la que el cielo raso occidental se muestra incompatible con el mamotreto y se niega a asimilarlo. Un ser humano occidental promedio decididamente no es capaz de concentrarse en ninguna tarea estando bajo la turbulenta revolución de las posiciones media y máxima. Mucho menos conciliar el sueño.
         Serán apenas unos dos metros, aglutinados y oscuros, los que separan la mesa en la que Emma intenta escribir, de la cama en la que Manuel intenta dormir. A pesar del calor, la ventana lleva mangas largas y el ventilador gira en su velocidad mínima con una desfachatada indolencia.

2 comentarios:

Mario dijo...

Que calor me ha entrado-recorrido, mientras te leía...
He tenido que mirar mi sistema de climatización. Bueno, revisar... Entre tu relato, y las calores de este agosto incendiario...

Gracias por pasar por mi blog... y por dejar la huella que me ha permitido visitarte.

Un saludo

Mario

Gaby Schtivelband dijo...

Muchas gracias por leerme, Mario. Me encantó tu blog. Voy a seguir leyéndote... y voy a leer a Millás!!!
Un cálido saludo de ventilador en posición mínima...
Dunia